El barroco se desarrolló entre el siglo XVII y principios
del XVIII. Fue una época de grandes disputas en el terreno político y
religioso, surgiendo una división entre los países católicos contra reformistas,
donde se afianzó el estado absolutista, y los países protestantes, de signo más
parlamentario. El arte se volvió más refinado y ornamentado, con pervivencia de
un cierto racionalismo clasicista pero con formas más dinámicas y efectistas,
con gusto por lo sorprendente y anecdótico, por las ilusiones ópticas y los
golpes de efecto.
La arquitectura, bajo unas líneas clásicas, asumió unas
formas más dinámicas, con una exuberante decoración y un sentido escenográfico
de las formas y los volúmenes. Cobró relevancia la modulación del espacio, con
preferencia por las curvas cóncavas y convexas, poniendo especial atención en
los juegos ópticos (trompe-l'œil) y el punto de vista del espectador. Al igual
que en la época anterior, el motor del nuevo estilo volvió a ser Italia: Gian
Lorenzo Bernini fue uno de sus mejores exponentes, siendo el principal artífice
de la Roma monumental que conocemos hoy día (columnata de la Plaza de San
Pedro, baldaquino de San Pedro, San Andrés del Quirinal, Palacio
Chigi-Odescalchi); Francesco Borromini es otro gran nombre de la época, autor
de las iglesias de San Carlo alle Quattre Fontane y Sant'Ivo alla Sapienza;
también destacaron Pietro da Cortona, Baldassare Longhena, Filippo Juvara y
Guarino Guarini. En Francia, bajo el reinado de Luis XIV, se iniciaron una
serie de construcciones de gran fastuosidad: fachada del Palacio del Louvre, de
Louis Le Vau y Claude Perrault; Palacio de Versalles, de Le Vau y Jules
Hardouin-Mansart. En Austria destacó Johann Bernhard Fischer von Erlach, autor
de la Iglesia de San Carlos Borromeo en Viena. En Inglaterra cabe mencionar la
Catedral de San Pablo de Londres, de Christopher Wren. En España, la
arquitectura acusó en la primera mitad del siglo XVII la herencia herreriana,
con Juan Gómez de Mora como figura destacada, mientras que en la segunda mitad
de siglo se dio el estilo churrigueresco (por José Benito Churriguera),
caracterizado por el exuberante decorativismo y el uso de columnas salomónicas
(Retablo Mayor de San Esteban de Salamanca).
La escultura adquirió el mismo carácter dinámico, sinuoso,
expresivo, ornamental, destacando el movimiento y la expresión, con una base
naturalista pero deformada a capricho del artista. En Italia destacó nuevamente
Bernini, autor de obras como Apolo y Dafne ( 1622-1625), Éxtasis de Santa
Teresa (1644-1652), Muerte de la beata Ludovica Albertoni (1671-1674), etc. En
Francia destacaron François Girardon, Antoine Coysevox y Pierre Puget. En
España perduró la imaginería religiosa de herencia gótica, destacando Gregorio
Fernández, Juan Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena, Francisco
Salzillo, etc.
La pintura se desarrolló en dos tendencias contrapuestas: el
naturalismo, basado en la estricta realidad natural, con gusto por el
claroscuro –el llamado tenebrismo–, donde cabe citar a Caravaggio, Orazio y
Artemisia Gentileschi, Pieter van Laer, Adam Elsheimer, Georges de La Tour y
los hermanos Le Nain; y el clasicismo, que es igualmente realista pero con un
concepto de la realidad más intelectual e idealizado, englobando a Annibale
Carracci, Guido Reni, Domenichino, Guercino, Giovanni Lanfranco, Nicolas
Poussin, Claude Lorrain, Hyacinthe Rigaud, etc. En el llamado «pleno barroco»
(segunda mitad del siglo XVII), de estilo decorativo y predominio de la pintura
mural, destacaron Pietro da Cortona, Andrea Pozzo, Luca Giordano y Charles Le
Brun. Aparte de estas corrientes, hubo infinidad de escuelas, estilos y autores
de muy diverso signo, destacando dos escuelas regionales: la flamenca (Peter
Paul Rubens, Anton Van Dyck, Jacob Jordaens, Frans Snyders), y la holandesa
(Rembrandt, Jan Vermeer, Frans Hals). En España destacó la figura excepcional
de Diego Velázquez (La fragua de Vulcano, 1630; La rendición de Breda, 1635;
Venus del espejo, 1650; Las Meninas, 1656; Las hilanderas, 1657), así como José
de Ribera, Francisco Ribalta, Alonso Cano, Francisco de Zurbarán, Juan de
Valdés Leal y Bartolomé Esteban Murillo.
En el terreno de las artes industriales, destaca
especialmente la ebanistería, que llegó a cotas de altísima calidad sobre todo
en Francia, gracias a la obra de André-Charles Boulle, creador de una nueva
técnica de aplicación de metales (cobre, estaño) sobre materiales orgánicos
(carey, madreperla, marfil) o viceversa. Entre sus obras destacan las dos
cómodas del Trianón, en Versalles, y el reloj de péndulo con el Carro de Apolo
en Fontainebleau. También destacaron la tapicería, la orfebrería –especialmente
las «piedras duras» en Florencia–, la cerámica y el vidrio –que cobró
relevancia en Bohemia–.
La literatura barroca se caracterizó por el pesimismo, con
una visión de la vida planteada como lucha, sueño o mentira, donde todo es
fugaz y perecedero. Su estilo era suntuoso y recargado, con un lenguaje muy
adjetivado y metafórico. En un primer momento se produjeron diversas
corrientes: el eufuismo en Inglaterra (John Lyly, Robert Greene), el
preciosismo en Francia (Vincent Voiture), el marinismo en Italia (Giambattista
Marino), la primera (Martin Opitz, Angelus Silesius, Andreas Gryphius) y
segunda escuela de Silesia (Daniel Casper von Lohenstein, Hans Jakob Christoph
von Grimmelshausen) en Alemania. Más adelante surgió el clasicismo en Francia,
con autores como François de la Rochefoucauld, Jacques-Bénigne Bossuet, Nicolas
Boileau-Despréaux, Jean de La Fontaine, François de Malherbe, Cyrano de
Bergerac y Madeleine de Scudéry. En Inglaterra destacó la obra poética de John
Milton (El paraíso perdido, 1667). En España, donde el siglo XVII sería denominado
el «Siglo de oro», se produjeron dos corrientes: el culteranismo, liderado por
Luis de Góngora, donde destacaba la belleza formal, con un estilo suntuoso,
metafórico, con proliferación de latinismos y juegos gramaticales; y el
conceptismo, representado por Francisco de Quevedo y Baltasar Gracián, donde
predominaba el ingenio, la agudeza, con un lenguaje conciso pero polisémico,
con múltiples significados en pocas palabras.82
En el teatro barroco se desarrolló sobre todo la tragedia,
basada en la ineluctabilidad del destino, con un tono clásico, siguiendo las
tres unidades de Castelvetro. La escenografía era más recargada, siguiendo el
tono ornamental característico del Barroco. Destacan Pierre Corneille, Jean
Racine y Molière, representantes del clasicismo francés. En España el teatro
era básicamente popular («corral de comedias»), cómico, con una personal
tipología, distinguiéndose: bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha,
bojiganga, farándula y compañía. Destacaron Tirso de Molina, Guillén de Castro,
Juan Ruiz de Alarcón y, principalmente, Lope de Vega (El perro del hortelano,
1615; Fuenteovejuna, 1618) y Pedro Calderón de la Barca (La vida es sueño,
1636; El alcalde de Zalamea, 1651).
La música barroca destacó por el contraste, los acordes
violentos, los volúmenes móviles, la ornamentación exagerada, la estructura
variada y contrastada. Se caracterizó especialmente por la utilización del bajo
continuo, sección instrumental grave que sostenía ininterrumpidamente la parte
melódica superior. En esta época la música alcanzó cotas de gran brillantez,
desvinculándose plenamente de la voz y el texto, surgiendo las formas
instrumentales puras (suite, sonata, tocata, concierto, sinfonía). Con la
sonata nacieron los nombres de velocidad: allegro, adagio, presto, vivace,
andante, etc. En la música religiosa nacen el oratorio y la cantata, mientras
que la música coral triunfó especialmente en el mundo protestante. En España
nacieron la zarzuela y la tonadilla como manifestaciones de la música popular.
Entre las grandes figuras de la música barroca conviene recordar a Antonio
Vivaldi, Tommaso Albinoni, Arcangelo Corelli, Marc-Antoine Charpentier, Johann Pachelbel,
Heinrich Schütz, Johann Sebastian Bach, Georg Philipp Telemann, Georg Friedrich
Haendel, etc.
En ópera destacó la escuela veneciana, primer lugar donde la
música se desligó de la protección religiosa o aristocrática para ser
representada en lugares públicos: en 1637 se fundó el Teatro di San Cassiano,
primer centro operístico del mundo. Comenzó el gusto por las voces solistas,
principalmente las agudas (tenor, soprano), apareciendo el fenómeno de los
castrati. La ópera barroca destacó por la escenografía complicada, ornamentada,
recargada, con cambios repentinos. Destacan Pier Francesco Cavalli, Antonio
Cesti, Jean-Baptiste Lully, Henry Purcell, Georg Friedrich Haendel, etc. A
finales del siglo XVII, la escuela napolitana introdujo un estilo más purista,
más clasicista, simplificando los argumentos y haciendo óperas más cultas y
sofisticadas. Alessandro Scarlatti introdujo el aria en tres partes (aria da
capo).84
En Francia, la danza barroca (ballet de cour) hizo
evolucionar la música instrumental, de melodía única pero con una rítmica
adaptada a la danza. Fue patrocinada especialmente por Luis XIV, que convirtió
la danza en grandes espectáculos (Ballet de la Nuit, 1653, donde intervino el
rey caracterizado de sol), creando en 1661 la Academia real de Danza. Como
coreógrafo destacó Pierre Beauchamp, creador de la danse d'école, el primer
sistema pedagógico de la danza. Las principales tipologías fueron: minuet,
bourrée, polonaise, rigaudon, allemande, zarabande, passepied, gigue, gavotte,
etc. En España también se dieron diversas modalidades de danza: seguidilla,
zapateado, chacona, fandango, jota, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario